Es común escuchar la frase «los niños son como esponjas” porque parece que durante sus primeros años de vida todo lo que aprenden lo absorben de un día para otro sin mayor dificultad. Curiosamente, esta idea no está tan alejada de la realidad ya que es durante la infancia que el cerebro está en su etapa de mayor maleabilidad, formando y reforzando conexiones neuronales a gran velocidad, lo que crea un efecto de rápido aprendizaje.
En realidad lo que está sucediendo es la plasticidad cerebral o neuroplasticidad, es decir, la capacidad del sistema nervioso para adaptarse y reorganizarse en función de las experiencias, el aprendizaje y los estímulos del entorno.
Por ejemplo, si un niño se cae mientras aprende a caminar, la plasticidad cerebral interpreta esa experiencia, ajusta sus movimientos y mejora el equilibrio para evitar futuras caídas.
Ahora bien, aunque esta capacidad se mantiene a lo largo de la vida, pues nunca dejamos realmente de aprender, es durante la infancia cuando alcanza su punto máximo, sentando las bases para un desarrollo integral en etapas posteriores. Por ello, comprender su impacto resulta clave para quienes forman parte de un colegio humanista, ya que permite tomar decisiones pedagógicas más acertadas que potencien aprendizajes duraderos y significativos.
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Impacto de la plasticidad cerebral en la educación
Cada día, el cerebro infantil realiza millones de conexiones neuronales mientras el niño aprende a hablar, correr, jugar o resolver problemas. Estas conexiones no solo facilitan el aprendizaje académico, sino que influyen directamente en su desarrollo personal y social.
En el contexto escolar, la plasticidad cerebral se traduce en tres efectos clave:

1.- Potencia el aprendizaje
Cada vez que un estudiante aprende algo nuevo, su cerebro forma nuevas conexiones entre neuronas. Gracias a esta capacidad, los estudiantes no solo pueden adquirir conocimientos con mayor facilidad, sino que también mejoran su habilidad para retenerlos y aplicarlos en diferentes situaciones.
Los docentes aprovechan esta cualidad del cerebro al crear entornos de aprendizaje dinámicos, utilizando metodologías activas, repaso espaciado, retroalimentación constante y actividades que requieren reflexión y resolución de problemas. Todo esto contribuye a que el aprendizaje sea más duradero y flexible.
2.- Forma su personalidad
La plasticidad cerebral permite que el cerebro infantil se adapte constantemente a las experiencias emocionales y sociales que vive, especialmente en el entorno escolar. En este contexto, cada interacción con docentes, compañeros, y desafíos diarios contribuye a formar patrones que influirán en la construcción de su personalidad.
A través de estas experiencias, el cerebro desarrolla habilidades fundamentales como la autorregulación emocional, que les permite manejar impulsos y responder adecuadamente ante distintas situaciones; la toma de decisiones, al construir criterios propios basados en su juicio personal; y también la empatía y autoestima, capacidades esenciales para establecer vínculos saludables.
3.- Favorece la adaptación
En un entorno escolar, como un colegio privado donde se valora el error como parte natural del aprendizaje, la plasticidad cerebral impulsa una cultura de crecimiento.
Es decir, cuando un estudiante enfrenta una dificultad, comete un error o recibe retroalimentación, su cerebro tiene la capacidad de reorganizarse para encontrar nuevas soluciones. Este proceso fortalece tanto su aprendizaje como su resiliencia y la capacidad de enfrentar cambios con una actitud positiva.
¿Cómo fomentar el desarrollo de la plasticidad cerebral?
Para aprovechar al máximo esta capacidad del cerebro en desarrollo, es fundamental crear entornos escolares que estimulen y acompañen activamente el aprendizaje. Aquí algunas estrategias clave:

1.- Actividades multisensoriales
Lo que los niños aprenden, sienten, escuchan, ven y hacen deja huellas duraderas en su cerebro. De ahí la relevancia de involucrar tantos sentidos como sea posible en el proceso de aprendizaje. Actividades que combinan sonidos, movimiento y manipulación de objetos como la musicoterapia, por ejemplo, estimula diversas áreas cerebrales, fortaleciendo la memoria, el pensamiento creativo y las habilidades sociales.
2.- Repeticiones con propósito
La repetición, cuando se realiza con intención y variación, consolida el aprendizaje y fortalece las rutas neuronales. No se trata de repetir de forma mecánica, sino de revisar contenidos en diferentes momentos y contextos para favorecer la memoria a largo plazo. Técnicas como el repaso espaciado, la práctica intercalada o el uso de preguntas de recuperación son excelentes estrategias para aprovechar la plasticidad cerebral.
3.- Fomentar un ambiente seguro
Un entorno emocionalmente seguro es fundamental para que el cerebro pueda aprender y adaptarse. Cuando los estudiantes se sienten apoyados, valorados y libres de juicios, están más dispuestos a asumir riesgos, explorar ideas nuevas y superar errores.
Crear un clima de respeto y empatía en el aula permite que el cerebro se mantenga en un estado óptimo para el aprendizaje, reduciendo el estrés y favoreciendo el desarrollo de nuevas conexiones neuronales.
Comprender la plasticidad cerebral es una invitación a mirar a la infancia con mayor conciencia y responsabilidad. Cada palabra, cada experiencia y cada vínculo en la vida escolar deja huella en el cerebro en desarrollo. Por eso, educar desde esta comprensión implica reconocer el poder que tiene el entorno en la vida de un niño, no solo para enseñarle contenidos, sino para acompañarlo en la construcción de su identidad.



